normal langsam |
Andrés divagaba, lo que era su gran placer, en la tienda de Lulú. Ella le oía sonriente, haciendo de cuando en cuando alguna objeción. Le llamaba siempre en burla don Andrés.
—Tengo una pequeña teoría acerca del amor —le dijo un día él.
—Acerca del amor debía usted tener una teoría grande —repuso burlonamente
Lulú.
—Pues no la tengo. He encontrado que en el amor, como en la medicina de hace
ochenta años, hay dos procedimientos: la alopatía y la homeopatía.
—Explíquese usted claro, don Andrés —replicó ella con severidad.
—Me explicaré. La alopatía amorosa está basada en la neutralización. Los contrarios se curan con los contrarios. Por este principio, el hombre pequeño busca mujer grande, el rubio mujer morena y el moreno rubia. Este procedimiento es el
procedimiento de los tímidos; que desconfían de sí mismos... El otro procedimiento...
—Vamos a ver el otro procedimiento.
—El otro procedimiento es el homeopático. Los semejantes se curan con los semejantes. Éste es el sistema de los satisfechos de su físico. El moreno con la morena, el rubio con la rubia. De manera que, si mi teoría es cierta, servirá para conocer a la gente.
—Pues el amor, y le voy a parecer a usted un pedante, es la confluencia del instinto
fetichista y del instinto sexual.
—No comprendo.
—Ahora viene la explicación. El instinto sexual empuja el hombre a la mujer y la mujer al hombre, indistintamente; pero el hombre que tiene un poder de fantasear, dice: esa mujer, y la mujer dice: ese hombre. Aquí empieza el instinto fetichista; sobre el cuerpo de la
persona elegida porque sí, se forja otro más hermoso y se le adorna y se le embellece, y se convence uno de que el ídolo forjado por la imaginación es la misma verdad. Un hombre que ama a una mujer la ve en su interior deformada, y la mujer que quiere al hombre le pasa lo mismo, lo deforma. A través de una nube brillante y falsa, se ven los amantes el uno al otro, y en la oscuridad ríe el antiguo diablo, que no es más que la especie.
—¡La especie! ¿Y qué tiene que ver ahí la especie?
—El instinto de la especie es la voluntad de tener hijos, de tener descendencia. La
principal idea de la mujer es el hijo. La mujer instintivamente quiere primero el hijo; pero la naturaleza necesita vestir este deseo con otra forma más poética, más sugestiva, y crea esas mentiras, esos velos que constituyen el amor.
—¿De manera que el amor en el fondo es un engaño?
—Sí; es un engaño como la misma vida; por eso alguno ha dicho, con razón: una
mujer es tan buena como otra y a veces más; lo mismo se puede decir del hombre: un hombre es tan bueno como otro y a veces más.
—Eso será para la persona que no quiere.
—Claro, para el que no está ilusionado, engañado... Por eso sucede que los
matrimonios de amor producen más dolores y desilusiones que los de.
—¿De verdad cree usted eso?
—Sí.
—¿Y a usted qué le parece que vale más, engañarse y sufrir o no engañarse nunca?
—No sé. Es difícil saberlo. Creo que no puede haber una regla general.
Estas conversaciones les entretenían.
Una mañana, Andrés se encontró en la tienda con un militar joven hablando con
Lulú. Durante varios días lo siguió viendo. No quiso preguntar quién era, y sólo cuando lo dejó de ver se enteró de que era primo de Lulú. En este tiempo Andrés empezó a creer que Lulú estaba displicente con él. Quizá pensaba en el militar. Andrés quiso perder la costumbre de ir a la tienda de confecciones, pero no pudo. Era el único sitio agradable donde se encontraba bien...
Un día de otoño por la mañana fue a pasear por la Moncloa.
Sentía esa melancolía, un poco ridícula, del solterón. Un vago sentimentalismo
anegaba su espíritu al contemplar el campo, el cielo puro y sin nubes, el Guadarrama azul como una turquesa.
Pensó en Lulú y decidió ir a verla. Era su única amiga. Volvió hacia Madrid, hasta
la calle del Pez, y entró en la tiendecita.
Estaba Lulú sola, limpiando con el plumero los armarios. Andrés se sentó en su sitio.
—Está usted muy bien hoy, muy guapa —dijo de pronto Andrés.
—¿Qué hierba ha pisado usted, don Andrés, para estar tan amable?
—Verdad. Está usted muy bien.
Desde que está usted aquí se va usted humanizando. Antes tenía usted una
expresión muy satírica, muy burlona, pero ahora no; se le va poniendo a usted una cara más dulce. Yo creo que de tratar así con las madres que vienen a comprar gorritos para sus hijos se le va poniendo a usted una cara maternal.
—Y, ya ve usted, es triste hacer siempre gorritos para los hijos de los demás.
—¿Qué querría usted más que fueran para sus hijos? —Si pudiera ser; ¿por qué no?
Pero yo no tendré hijos nunca. ¿Quién me va a querer a mí?
—El farmacéutico del café, el teniente..., puede usted echárselas de modesta, y anda
usted haciendo conquistas...
—¿Yo?
—Usted, sí.
Lulú siguió limpiando los estantes con el plumero.
—¿Me tiene usted odio, Lulú? —dijo Hurtado.
—Sí; porque me dice usted tonterías.
—Deme usted la mano.
—¿La mano?
—Sí.
—Ahora siéntese usted a mi lado.
—¿A su lado de usted?
—Sí.
—Ahora míreme usted a los ojos. Lealmente.
—Ya le miro a los ojos. ¿Hay más que hacer?
—¿Usted cree que no la quiero a usted, Lulú?
—Sí..., un poco..., ve usted que no soy una mala muchacha..., pero nada más.
“Es geht Ihnen heute sehr gut, Sie sind sehr hübsch”, sagte Andrés.
„Was für einen Tag haben Sie denn heute, Don Andrés, dass sie so liebenswürdig sind? „Sie sehen wirklich sehr gut aus. Seit Sie hier sind, sind Sie freundlicher geworden. Vorher hatten Sie in einen sehr satirischen, sehr spöttischen Gesichtsausdruck, aber jetzt nicht, Sie setzen eine weichere Miene auf. Ich glaube, wenn Sie so mit den Müttern verkehren, die vorbeikommen, um für ihre Kinder Käppchen zu kaufen, werden Sie sich eine mütterliche Miene aufsetzen.“
„Und, Sie werden es erleben, es ist traurig, immer nur Käppchen für die Kinder anderer zu machen.“ „Würden Sie es bevorzugen, wenn sie für Ihre Kinder wären?“ „Ja, wenn es sein könnte; warum nicht? Aber ich werde nie Kinder haben. Wer wird mich schon lieben?“
„Der Apotheker des Cafes, der Oberleutnant... Sie können die Bescheidenheit beiseite lassen und auf Eroberungen ausgehen...“ „Ich?“
„Sie, ja.“
Lulú putzte die Gestelle mit dem Staubwedel weiter.
„Hassen Sie mich, Lulú?”, sagte Hurtado.
„Ja, weil Sie mir Dummheiten erzählen.“
„Geben Sie mir die Hand.“
„Die Hand?“
„Ja.“
„Nun setzen Sie sich an meine Seite.“
„An Ihre Seite?“
„Ja.“
„Nun schauen Sie mir in die Augen. Getreulich.
„Nun schaue ich Ihnen in die Augen. Gibt es noch mehr zu tun?“
„Sie glauben, dass ich Sie nicht liebe, Lulú?“
„Ja..., ein wenig..., Sie sehen, dass ich kein schlechtes Mädchen bin..., aber nicht mehr.“
—¿Y si hubiera algo más? Si yo la quisiera a usted con cariño, con amor, ¿qué me contestaría usted?
—No; no es verdad. Usted no me quiere. No me diga usted eso.
—Sí, sí; es verdad —y acercando la cabeza de Lulú a él, la besó en la boca.
Lulú enrojeció violentamente, luego palideció y se tapó la cara con las manos.
—Lulú, Lulú —dijo Andrés—. ¿Es que la he ofendido a usted? Lulú se levantó y paseó un momento por la tienda, sonriendo.
—Ve usted, Andrés; esa locura, ese engaño que dice usted que es el amor, lo he sentido yo por usted desde que le vi.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—¿Y yo ciego?
—Sí; ciego, completamente ciego.
Andrés tomó la mano de Lulú entre las suyas y la llevó a sus labios. Hablaron los
dos largo rato, hasta que se oyó la voz de doña Leonarda.
—Me voy —dijo Andrés, levantándose.
—Adiós —exclamó ella, estrechándose contra él—. Y ya no me dejes más, Andrés. Donde tú vayas, llévame.
„Und wenn es mehr wäre? Wenn ich Sie mit Zuneigung und Liebe lieben würde, was würden Sie mir antworten?“
„Nein, es ist nicht wahr. Sie lieben mich nicht. Sagen Sie das nicht zu mir.“
„Doch, doch, es ist wahr“, und er zog Lulús Kopf zu sich heran und küsste sie auf den Mund. Lulú errötete gewaltig, dann erbleichte sie und verdeckte ihr Gesicht mit den Händen.
„Lulú, Lulú”, sagte Andrés. “Habe ich Sie gekränkt?” Lulú stand auf und spazierte einen Moment lächelnd durch den Laden.
„Sehen Sie, Andrés, diesen Irrsinn, diese Täuschung, wie Sie die Liebe nennen, habe ich für Sie empfunden, seit ich Sie zum ersten Mal sah,.“ „Wirklich?“
„Ja, wirklich.“
„Und ich blind?“
„Ja, blind, komplett blind.“
Andrés nahm Lulús Hand zwischen die seinen und führte sie zu seinen Lippen. Die Zwei sprachen lange Zeit miteinander, bis man die Stimme von Doña Leonarda hörte.
„Ich gehe“, sagte Andrés und stand auf.
„Adiós”, rief sie aus und umarmte ihn. „Jetzt lässt du mich nie mehr los, Andrés. Wo du hingehst, nimm mich mit.“
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