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normal


langsam


V.- Alcolea del Campo
V.- Das bäuerliche Alcolea

Las costumbres de Alcolea eran españolas puras, es decir, de un absurdo completo.
El pueblo no tenía el menor sentido social; las familias se metían en sus casas, como
los trogloditas en su cueva. No había solidaridad; nadie sabía ni podía utilizar la fuerza de la asociación. Los hombres iban al trabajo y a veces al casino. Las mujeres no salían más que los domingos a misa.
Por falta de instinto colectivo el pueblo se había arruinado.

En la época del tratado de los vinos con Francia, todo el mundo, sin consultarse los unos a los otros, comenzó a cambiar el cultivo de sus campos, dejando el trigo y los cereales, y poniendo viñedos; pronto el río de vino de Alcolea se convirtió en río de oro. En este momento de prosperidad, el pueblo se agrandó, se limpiaron las calles, se pusieron aceras, se instaló la luz eléctrica...; luego vino la terminación del tratado, y como nadie sentía la responsabilidad de representar el pueblo, a nadie se le ocurrió decir: Cambiemos el cultivo; volvamos a nuestra vida antigua; empleemos la riqueza producida por el vino en transformar la tierra para las necesidades de hoy. Nada.

Die Gewohnheiten in Alcolea waren spanisch pur, das heisst, komplett absurd.
Das Dorf hatte nicht den geringsten sozialen Sinn; die Familien begaben sich in ihre Häuser, wie die Höhlenbewohner in ihre Höhlen. Es gab keine Solodarität; niemand wusste die Stärke der
Partnerschaft einzusetzen, noch konnte er. Die Männer gingen zur Arbeit und manchmal ins Kasino. Die Frauen gingen nur sonntags in die Messe. Weil der soziale Instinkt fehlte, hatte sich das Dorf ruiniert. In der Epoche des Weinvertrages mit Frankreich, begann die ganze Welt, ohne dass sich die einen mit den anderen berieten, die Bebauung ihrer Felder zu ändern; sie liessen den Weizen und das Getreide sein und pflanzten Weinberge an; bald verwandelte sich der Weinfluss von Alcolea in einen Goldfluss. In dieser Blütezeit vergrösserte sich das Dorf, man putzte die Strassen, legte Bürgersteige an, installierte elektrisches Licht…; später kam das Ende des Vertrages und da niemand die Verantwortung verspürte, das Dorf zu vertreten, kam niemandem in den Sinn, zu sagen: Wechseln wir den Anbau, kehren wir zu unserem alten Leben zurück, benützen wir den Reichtum, der vom Wein herrührte dazu, die Erde für die heutigen Notwendigkeiten umzugestalten. Nichts.

El pueblo aceptó la ruina con resignación.
—Antes éramos ricos —se dijo cada alcoleano—. Ahora seremos pobres. Es igual; viviremos peor, suprimiremos nuestras necesidades.

Aquel estoicismo acabó de hundir al pueblo. Era natural que así fuese; cada ciudadano de Alcolea se sentía tan separado del vecino como de un extranjero. No tenían una cultura común (no la tenían de ninguna clase); no participaban de admiraciones comunes: sólo el hábito, la rutina les unía; en el
fondo, todos eran extraños a todos.
Muchas veces a Hurtado le parecía Alcolea una ciudad en estado de sitio. El sitiador era la moral, la moral católica. Allí no había nada que no estuviera almacenado y recogido: las mujeres en sus casas, el dinero en las carpetas, el vino en las tinajas. Andrés se preguntaba: ¿Qué hacen estas mujeres? ¿En qué piensan? ¿Cómo pasan las horas de sus días? Difícil era averiguarlo. Con aquel régimen de guardarlo todo, Alcolea gozaba de un orden admirable; sólo un cementerio bien cuidado podía sobrepasar tal perfección.

Esta perfección se conseguía haciendo que el más inepto fuera el que gobernara. La
ley de selección en pueblos como aquél se cumplía al revés. El cedazo iba separando el grano de la paja, luego se recogía la paja y se desperdiciaba el grano.
Algún burlón hubiera dicho que este aprovechamiento de la paja entre españoles no era raro. Por aquella selección a la inversa, resultaba que los más aptos allí eran precisamente los más ineptos.

Nichts. Das Dorf akzeptierte den Ruin mit Resignation. „Vorher waren wir reich“, sagte sich jeder Alcoleaner. „Jetzt werden wir arm sein. Es ist einerlei, wir werden schlechter leben, wir werden unsere Bedürfnisse unterdrücken.“
Jener Stoizismus beendete soeben den Untergang des Dorfes. Es war natürlich, dass es so war; jeder Bürger von Alcolea fühlte sich so vom Nachbarn abgesondert, wie von einem Ausländer. Sie hatten keine gemeinsame Kultur (sie hatten keinerlei Kultur); sie teilten keine gemeinsamen Dinge der Bewunderung: Nur die Gewohnheit und die Routine einte sie; im Grunde genommen war jeder jedem fremd. Oft schien Hurtado Alcolea im Zustand der Belagerung. Der Belagerer war die Moral, die katholische Moral. Dort gab es nichts, was nicht eingelagert und gesammelt worden wäre: Die Frauen in ihren Häusern, das Geld in den Abrechnungslisten, der Wein in den Tonkrügen. Andrés fragte sich: Was machen diese Frauen? Woran denken sie? Wie verbringen sie die Stunden ihres Tages? Es war schwierig, das herauszufinden. Mit jenem System, alles aufzubewahren, erfreute sich Alcolea einer bewundernswerten Ordung; nur ein gut gepflegter Friedhof konnte so eine Perfektion übertreffen. Diese Perfektion erreichte man, indem man es zuliess, dass es der Ungeeignetste war, der regierte. Das Gesetz der Auslese in Dörfern wie jenem, erfüllte sich umgekehrt. Das Getreidesieb trennte das Korn vom Stroh, später nahm man das Stroh zusammen und man vergeudete das Korn. Irgendein Spötter hätte gesagt, dass diese Ausnutzung des Strohs zwischen Spaniern nicht selten war. Wegen jener umgekehrten Auslese ergab es sich, dass dort alle Fähigsten genau die Ungeeignetsten waren.

En Alcolea había pocos robos y delitos de sangre: en cierta época los había habido entre jugadores y matones; la gente pobre no se movía, vivía en una pasividad lánguida; en cambio los ricos se agitaban, y la usura iba sorbiendo toda la vida de la ciudad. El labrador, de humilde pasar, que durante mucho tiempo tenía una casa con cuatro o cinco parejas de mulas, de pronto aparecía con diez, luego con veinte; sus tierras se extendían cada vez más, y él se colocaba entre los ricos.

La política de Alcolea respondía perfectamente al estado de inercia y desconfianza del pueblo. Era una política de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos conservadores.
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que podía del municipio.
El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo bárbaro y
despótico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante; hombre, que cuando
entraba a mandar, trataba al pueblo en conquistador. Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos. Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y a los Ratones, y los consideraba necesarios.

In Alcolea gab es wenig Einbrüche und Gewaltverbrechen: Zu gewissen Zeiten hatte es sie zwischen Spielern und Schlägern gegeben; die armen Leute bewegten sich nicht, lebten in einer müden Passivität; im Gegensatz dazu bewegten sich die Reichen und der Wucher saugte alles Leben der Stadt auf. Der Bauer, der in bescheidenen Verhältnissen lebte und lange Zeit ein Haus mit vier oder fünf Maultieren hatte, hatte plötzlich zehn, später zwanzig; sein Boden vergrösserte sich jedes Mal mehr, und er stellte sich zwischen die Reichen. Alcoleas Politik antwortete perfekt auf den Zustand der Trägheit und des Misstrauens des Dorfes. Es war eine Politik des Bonzentums, ein Kampf zwischen zwei gegensätzlichen Parteien, die sich die der Ratones und die der Mochuelos nannten; die Ratones waren Liberale und die Mochuelos Konservative. In jenem Moment dominierten die Mochuelos. Der oberste Mochuelowar der Bürgermeister, ein schlanker, schwarz gekleideter Mann, sehr geistlich, Ortsgewaltiger mit geschmeidigen Formen, der alles, was er konnte, von der Gemeinde an sich nahm. Der liberale Oberbonze der Partei der Ratones war Don Juan, ein barbarischer und despotischer Typ, korpulent und sehr stark, mit gigantischen Händen; ein Mann, der, wenn er zu befehlen begann, das Dorf draufgängerisch behandelte. Dieser grosse Ratón verstellte sich nicht wie der Mochuelo; er nahm alles, was er konnte, ohne sich die Mühe zu nehmen, seine Diebstähle dezent zu verheimlichen. Alcolea hatte sich an die Mochuelos und an die Ratones gewöhnt, und sie erachteten sie als notwendig.

Aquellos bandidos eran los sostenes de la sociedad; se repartían el botín; tenían unos para otros un “tabú” especial, como el de los polinesios. Andrés podía estudiar en Alcolea todas aquellas manifestaciones del árbol de la vida, y de la vida áspera manchega: la expansión del egoísmo, de la envidia, de la crueldad, del orgullo.
A veces pensaba que todo esto era necesario; pensaba también que se podía llegar en la indiferencia intelectualista, hasta disfrutar contemplando estas expansiones, formas violentas de la vida.
¿Por qué incomodarse, si todo está determinado, si es fatal, si no puede ser de otra manera?, se preguntaba. ¿No era científicamente un poco absurdo el furor que le entraba muchas veces al ver las injusticias del pueblo? Por otro lado: ¿no estaba también determinado, no era fatal el que su cerebro tuviera una irritación que le hiciera protestar contra aquel estado de cosas violentamente? Andrés discutía muchas veces con su patrona. Ella no podía comprender que Hurtado afirmase que era mayor delito robar a la comunidad, al Ayuntamiento, al Estado, que robar a un particular. Ella decía que no; que defraudar a la comunidad, no podía ser tanto como robar a una persona.
Jene Banditen waren die Stützen der Gesellschaft; sie verteilten die Beute; einige hatten für andere ein spezielles Tabu, wie das der Polynesier. Andrés konnte in Alcolea alle diese Manifestationen des Lebensbaumes und des rauen Lebens in der Mancha studieren: Die Ausdehnung des Egoismus, des Neides, der Grausamkeit, des Stolzes. Manchmal dachte er, dass all dies notwendig wäre; er dachte auch, man könnte eine intellektualistische Gleichgültigkeit erreichen, und zwar soweit, bis man die Betrachtung dieser Ausdehnungen der gewaltsamen Lebensformen geniessen könnte. „Warum sich ärgern, wenn alles vorherbestimmt ist, wenn es fatal ist, wenn es nicht anders sein kann?“, fragte er sich. War der Zorn, der ihn manchmal überkam, wenn er die Ungerechtigkeiten des Dorfes sah, wissenschaftlich nicht etwas absurd? Andererseits: War es nicht auch bestimmt, war es nicht fatal, dass sein Gehirn eine Irritation haben könnte, die ihn gegen diese grausamen Dinge protestieren liess? Andrés diskutierte oft mit seiner Hauswirtin. Sie konnte nicht verstehen, dass Hurtado behauptete, es sei ein grösseres Vergehen, die Gemeinsamkeit, die Gemeinde, den Staat zu berauben, als einen Einzelnen. Sie sagte, dass es nicht so sei; die Gemeinschaft zu betrügen, könne nicht so schlimm sein, wie eine Person zu berauben.

En Alcolea casi todos los ricos defraudaban a la Hacienda, y no se les tenía por ladrones. Andrés trataba de convencerla, de que el daño hecho con el robo a la comunidad, era más grande que el producido contra el bolsillo de un particular; pero la Dorotea no se convencía.

—¡Qué hermosa sería una revolución —decía Andrés a su patrona—, no una
revolución de oradores y de miserables charlatanes, sino una revolución de verdad! Mochuelos y Ratones, colgados de los faroles, ya que aquí no hay árboles; y luego lo almacenado por la moral católica, sacarlo de sus rincones y echarlo a la calle: los hombres, las mujeres, el dinero, el vino; todo a la calle.
Dorotea se reía de estas ideas de su huésped, que le parecían absurdas.

In Alcolea betrogen fast alle Reichen das Finanzamt, und sie hielten sich nicht für Diebe. Andrés versuchte, sie davon zu überzeugen, dass der entstandene Schaden, verursacht durch den Raub an der Gemeinschaft grösser sei, als der, der gegen den Geldbeutel eines Einzelnen verübt werde; aber Dorotea liess sich nicht überzeugen.
„Wie herrlich wäre eine Revolution“, sagte Andrés zu seiner Hauswirtin, “nicht eine Revolution der Redner und der elenden Schwätzer, sondern eine wahre Revolution. Mochuelos und Ratones, an Laternen aufgehängt, da es hier ja keine Bäume gibt; und später, das von der katholischen Moral Eingelagerte aus seinen Ecken herausholen und auf die Strasse werfen: Die Männer, die Frauen, das Geld, der Wein; alles auf die Strasse.“ Dorotea lachte über die Ideen ihres Gastes, die ihr absurd erschienen.

Como buen epicúreo, Andrés no tenía tendencia alguna por el apostolado.
Los del Centro republicano le habían dicho que diera conferencias acerca de
higiene; pero él estaba convencido de que todo aquello era inútil, completamente estéril. ¿Para qué? Sabía que ninguna de estas cosas había de tener eficacia, y prefería no ocuparse de ellas.
Cuando le hablaban de política, Andrés decía a los jóvenes republicanos.
—No hagan ustedes un partido de protesta. ¿Para qué? Lo menos malo que puede ser es una colección de retóricos y de charlatanes; lo más malo es que sea otra banda de Mochuelos o de Ratones.
—¡Pero, don Andrés! Algo hay que hacer.
—¡Qué van ustedes a hacer! ¡Es imposible! Lo único que pueden ustedes hacer es marcharse de aquí.
Wie ein guter Epikureer hatte Andrés nicht die geringste Tendenz zum Apostolat. Die vom republikanischen Zentrum hatten ihm gesagt, er solle Vorträge über Hygiene halten; aber er war überzeugt, dass all das unnütz war, komplett steril. Wozu? Er wusste, dass keine dieser Sachen Wirksamkeit haben konnte und er zog es vor, sich nicht damit zu beschäftigen. Wenn sie ihm von Politik redeten, sagte Andrés zu den jungen Republikanern: Machen Sie keine Partei des Protestes. Wozu? Eine Sammlung von Rhetorikern und Schwätzern ist weniger schlimm; das schlimmste ist, wenn es eine andere Partei von Mochuelos und Ratones ist.“ „Aber Don Andrés. Man muss etwas tun.“ „Was wollen Sie tun! Es ist unmöglich! Das Einzige, was Sie machen können, ist, von hier wegzugehen.“

El tiempo en Alcolea le resultaba a Andrés muy largo. Por la mañana hacía su visita; después volvía a casa y tomaba el baño. Al atravesar el corralillo se encontraba con la patrona, que dirigía alguna labor de la casa; la criada solía estar lavando la ropa en una media tinaja, cortada en sentido longitudinal que parecía una canoa, y la niña correteaba de un lado a otro. En este corralillo tenían una sarmentera, donde se secaban las gavillas de sarmientos, y montones de leña de cepas viejas. Andrés abría la antigua tahona y se bañaba. Después iba a comer.

El otoño todavía parecía verano; era costumbre dormir la siesta.
Estas horas de siesta se le hacían a Hurtado pesadas, horribles.
En su cuarto echaba una estera en el suelo y se tendía sobre ella, a oscuras. Por la
rendija de las ventanas entraba una lámina de luz; en el pueblo dominaba el más
completo silencio; todo estaba aletargado bajo el calor del sol; algunos moscones
rezongaban en los cristales; la tarde bochornosa, era interminable. Cuando pasaba la fuerza del día, Andrés salía al patio y se sentaba a la sombra del emparrado a leer.
El ama, su madre y la criada cosían cerca del pozo; la niña hacía encaje de bolillos
con hilos y unos alfileres clavados sobre una almohada; al anochecer regaban los tiestos de claveles, de geranios y de albahacas. Muchas veces venían vendedores y vendedoras ambulantes a ofrecer frutas, hortalizas o caza.
Die Zeit in Alcolea erschien Andrés sehr lange. Am Morgen machte er seine Visite; danach kehrte er nach Hause zurück und nahm ein Bad. Beim Überqueren des kleinen Hühnerhofes traf er sich mit der Hauswirtin, die irgendeine Hausarbeit leitete; die Magd wusch die Kleider in einem halben Tonkrug, der der Länge nach geteilt war, so dass er wie ein Kanu aussah, und das Mädchen tummelte sich von hier nach dort. In diesem kleinen Hühnerhof hatten sie einen Schober für Rebholz, wo sie die Bündel der Weintrauben und Haufen von alten Weinstöcken trockneten. Andrés öffnete die alte Bäckerei und badete. Nachher ging er zum Essen. Der Oktober schien immer noch Sommer zu sein; es war Gewohnheit, Siesta zu halten. Diese Stunden der Siesta kamen Hurtado langweilig und schrecklich vor. In seinem Zimmer legte er eine Schilfmatte auf den Boden und legte sich im Dunkeln darauf. Durch das Fenstergitter trat ein Lichtstreifen ein; im Dorf herrschte die komplette Stille; alles war unter der Hitze schläfrig geworden; an den Fensterscheiben brummten einige grosse Fliegen; der schwüle Nachmittag war unendlich. Wenn die Kraft des Tages vorbeiging, begab sich Andrés in den Hof und setzte sich in den Schatten der Weinlaube, um zu lesen. Die Hauswirtin, ihre Mutter und die Magd nähten nahe beim Brunnen; das Mädchen machte Klöppelspitzen aus Garn, das mit einigen Stecknadeln an einem Kopfkissen festgesteckt war; beim Einnachten wässerten sie die Töpfe mit Nelken, Geranien und Basilikum. Oft kamen Strassenverkäufer und -verkäuferinnen vorbei und boten Früchte, Grünzeug oder Wild an.

—¡Ave María Purísima! —decían al entrar. Dorotea veía lo que traían.
—¿Le gusta a usted esto, don Andrés? —le preguntaba Dorotea a Hurtado.
—Sí, pero por mí no se preocupe usted —contestaba él.
Al anochecer volvía el patrón.
Estaba empleado en unas bodegas, y concluía a aquella hora el trabajo.
Pepinito era un hombre petulante; sin saber nada, tenía la pedantería de un
catedrático. Cuando explicaba algo bajaba los párpados, con un aire de suficiencia tal, que a Andrés le daban ganas de extrangularle. Pepinito trataba muy mal a su mujer y a su hija; constantemente las llamaba estúpidas, borricas, torpes; tenía el convencimiento de que él era el único que hacía bien las cosas.

—¡Que este bestia tenga una mujer tan guapa y tan simpática, es verdaderamente
desagradable! —pensaba Andrés.
Entre las manías de Pepinito estaba la de pasar por tremendo. Le gustaba contar historias de riñas y de muertes. Cualquiera al oírle hubiese creído que se estaban matando continuamente en Alcolea; contaba un crimen ocurrido hacía
cinco años en el pueblo, y le daba tales variaciones y lo explicaba de tan distintas
maneras, que el crimen se desdoblaba y se multiplicaba. Pepinito era del Tomelloso, y todo lo refería a su pueblo. El Tomelloso, según él,
era la antítesis de Alcolea; Alcolea era lo vulgar, el Tomelloso lo extraordinario; que se hablase de lo que se hablase, Pepinito le decía a Andrés:
—Debía usted ir al Tomelloso.
Allí no hay ni un árbol.
—Ni aquí tampoco —le contestaba Andrés, riendo.

„Ave María Purísima!”, sagten sie beim Eintreten und Dorotea sah das, was sie mitbrachten, an. „Gefällt Ihnen dies, Don Andrés?”, fragte Dorotea Hurtado.
“Ja, aber beunruhigen Sie sich nicht”, antwortete er.
Beim Einnachten kam der Hausherr zurück. Er war in einigen Bodegas angestellt und beendete die Arbeit zu jener Stunde. Pepinito war ein eitler Mann; er wusste nichts und doch hatte er die Pedanterie eines Professors. Wenn er etwas erklärte, schloss er die Lider mit einem Anflug von so viel Selbstgefälligkeit, dass Andrés Lust hatte, ihn zu strangulieren. Pepinito behandelte seine Frau und seine Tochter sehr schlecht; fortwährend nannte er sie Dummköpfe, Weibsstücke, Ungeschickte; er war der Überzeugung, dass er der Einzige war, der seine Sache gut machte.
„Dass diese Bestie eine so hübsche und so sympathische Frau hat, ist wirklich unerfreulich!“, dachte Andrés. Zu seinen Manieen gehörte auch die, einfach als toll durchzugehen. Ihm gefiel es, Geschichten über Streitereien und Tote zu erzählen. Jeder, der ihn hörte, hätte geglaubt, dass man sich in Alcolea unaufhörlich umbringt; er erzählte von einem Verbrechen, das vor fünzig Jahren im Dorf begangen worden war und versetzte ihm solche Variationen und er erklärte es auf so verschiedene Weise, dass sich das Verbrechen verdoppelte und multiplizierte. Pepinito war aus Tomelloso, und er bezog alles auf sein Dorf. Tomelloso war, wie er sagte, der Gegensatz zu Alcolea; Alcolea war das Gewöhnliche, Tomelloso das Aussergewöhnliche; mochte man sprechen, worüber man auch immer sprach, Pepinito sagte zu Andrés:“Sie sollten nach Tomelloso gehen. Dort hat es nicht einen Baum.“ „Hier auch nicht“, antwortete ihm Andrés lachend.

—Sí. Aquí algunos —replicaba Pepinito—. Allí todo el pueblo está agujereado por las cuevas para el vino, y no crea usted que son modernas, no, sino antiguas. Allí ve usted tinajones grandes metidos en el suelo. Allí todo el vino que se hace es natural; malo muchas veces, porque no saben prepararlo, pero natural.
—¿Y aquí?
—Aquí ya emplean la química —decía Pepinito, para quien Alcolea era
un pueblo degenerado por la civilización—; tartratos, campeche, fuchsina, demonios le echan éstos al vino.
Al final de septiembre, unos días antes de la vendimia, la patrona le dijo a Andrés:
—¿Usted no ha visto nuestra bodega? —No.
—Pues vamos ahora a arreglarla.
El mozo y la criada estaban sacando leña y sarmientos, metidos durante todo el
invierno en el lagar; y dos albañiles iban picando las paredes. Dorotea y su hija le
enseñaron a Hurtado el lagar a la antigua, con su viga para prensar, las chanclas de
madera y de esparto que se ponen los pisadores en los pies y los vendos para sujetárselas. Le mostraron las piletas donde va cayendo el mosto y lo recogen en cubos, y la moderna bodega capaz para dos cosechas con barricas y conos de madera.
„Doch, hier ein paar“, antwortete Pepinito. “Dort ist das ganze Dorf mit Höhlen für den Wein unterkellert, und glauben Sie nicht, dass es moderne sind, nein, es sind alte. Dort ist der ganze Wein, den sie machen, natürlich; manchmal schlecht, weil sie nicht wissen, wie man ihn herstellt, aber natürlich.“ „Und hier?“
„Hier benützen sie jetzt Chemie“, sagte Pepinito, für den Alcolea ein, durch die Zivilisation, degeneriertes Dorf war; „Tartrate, Campeche, Fuchsina (Farbstoff), Teufel schütten all das in den Wein.“ Ende September, einige Tage vor der Weinlese, sagte die Hausherrin zu Andrés:“Sie haben unsere Bodega noch nicht gesehen?“ „Nein.“
„Nun, wir werden sie jetzt in Ordnung bringen.“ Der Bursche und die Magd nahmen Holz und Rebholz heraus, das den ganzen Winter über in der Weinkelter gelagert gewesen war, und zwei Maurer klopften die Wände ab. Dorotea und ihre Tochten zeigten Hurtado die antike Weinkelter, mit ihrem Kelterbalken, die Holz- und Strohschuhe, die sich die Kelterer anziehen und die Lederriemen, um sie sich zu befestigen. Sie zeigten ihm die kleinen Becken, wo der Traubenmost hineinfliesst und sie ihn eimerweise holen und die moderne Bodega, geräumig für zwei Ernten mit Holzfässern und –zapfen.

—Ahora, si no tiene usted miedo, bajaremos a la cueva antigua —dijo Dorotea.
—Miedo, ¿de qué? —¡Ah! Es una cueva donde hay duendes, según dicen.
—Entonces hay que ir a saludarlos.
El mozo encendió un candil y abrió una puerta que daba al corral. Dorotea, la niña y Andrés le siguieron. Bajaron a la cueva por una escalera desmoronada. El techo
rezumaba humedad. Al final de la escalera se abría una bóveda que daba paso a una
verdadera catacumba húmeda, fría, larguísima, tortuosa. En el primer trozo de esta cueva había una serie de tinajones empotrados a medias en la pared; en el segundo, de techo más bajo, se veían las tinajas de Colmenar, altas, enormes, en fila, y a su lado las hechas en el Toboso, pequeñas, llenas de mugre, que parecían viejas gordas y grotescas.

La luz del candil, al iluminar aquel antro, parecía agrandar y achicar alternativamente el vientre abultado de las vasijas. Se explicaba que la fantasía de la gente hubiese transformado en duendes aquellas ánforas vinarias, de las cuales, las ventrudas y abultadas tinajas toboseñas, parecían enanos; y las altas y airosas fabricadas en Colmenar tenían aire de gigantes. Todavía en el fondo se abría un anchurón con doce grandes tinajones. Este hueco se llamaba la Sala de los Apóstoles.
El mozo aseguró que en aquella cueva se habían encontrado huesos humanos, y
mostró en la pared la huella de una mano que él suponía era de sangre.

„Jetzt steigen wir in den alten Keller hinunter, wenn Sie keine Angst haben“, sagte Dorotea.
„Angst, wovor?“ „Ah! Es ist ein Keller, in dem es Kobolde gibt, wie man sagt.“
„Dann müssen wir sie begrüssen.“
Der Bursche entzündete eine Öllampe und öffnete eine Türe, die in den Hühnerhof führte. Dorotea, das Mädchen und Andrés folgten ihm. Sie stiegen über eine marode Treppe in den Keller hinunter. Die Decke schwitzte Feuchtigkeit aus. Am Ende der Treppe öffnete sich ein Gewölbe, das Zutritt zu einer wahrhaft feuchten, kalten, langen, gewundenen Katakombe gewährte. Im ersten Abschnitt hatte es eine Reihe von Tonkrügen, die zur Hälfte in die Wand eingelassen waren, im zweiten, mit tieferer Decke, sah man die grossen, enormen Bienenstockkrüge in Reihen, und an ihrer Seite die kleinen, voll mit schmierigem Schmutz, die in Toboso gemacht worden waren, die wie alter und grotesker Speck aussahen..
Das Licht dieser Öllampe, die jene Grotte beleuchtete, schien diesen dicken, aufgeblähten Bauch der Tonkrüge abwechslungsweise grösser und kleiner werden zu lassen. Man erklärte, dass die Fantasie der Leute jene Weinamphoren in Kobolde verwandelt hätte, von denen die dickbäuchigen und massigen Krüge aus Toboso wie Zwerge aussähen und die hohen, schmucken aus Colmenar hätten einen Hauch von Riesen. Im Hintergrund öffnete sich noch ein „Breiter“ mit zwölf grossen Tonkrügen. Diese Höhle hiess der Saal der Apostel. Der Bursche versicherte, dass man in jener Höhle menschliche Knochen gefunden habe und zeigte in der Wand den Abdruck einer Hand, der, wie er vermutete, aus Blut war.

—Si a don Andrés le gustara el vino —dijo Dorotea—, le daríamos un vaso de este añejo que tenemos en la solera.

—No, no; guárdelo usted para las grandes fiestas. Días después comenzó la vendimia. Andrés se acercó al lagar, y el ver aquellos hombres sudando y agitándose en el rincón bajo de techo, le produjo una impresión desagradable. No creía que esta labor fuera tan penosa.

Andrés recordó a Iturrioz, cuando decía que sólo lo artificial es bueno, y pensó que
tenía razón. Las decantadas labores rurales, motivo de inspiración para los poetas, le parecían estúpidas y bestiales. ¡Cuánto más hermosa, aunque estuviera fuera de toda idea de belleza tradicional, la función de un motor eléctrico, que no este trabajo muscular, rudo, bárbaro y mal aprovechado!

„Wenn Don Andrés der Wein zusagen würde“, sagte Dorotea, „gäben wir ihm ein Glas von diesem alten, gut gelagerten Wein, den wir in der Ablage haben.“
„Nein, bewahren Sie ihn für die grossen Feiertage auf.“ Tage danach begann die Weinlese. Andrés näherte sich der Weinkelter, und als er jene Männer in der Ecke unter der Decke schwitzen und sich bewegen sah, verursachte ihm dies einen unangenehmen Eindruck. Er hatte nicht geglaubt, dass diese Arbeit so mühsam sein könnte. Andrés erinnerte sich an Iturrioz, als er sagte, dass nur das Künstliche gut wäre und dachte, dass er Recht hatte. Die gepriesenen ländlichen Arbeiten, Inspirationsmotive der Poeten, erschienen ihm stupid und bestialisch. Wieviel schöner war die Funktion eines elektrischen Motors, obwohl sie ausserhalb jeder Vorstellung von Schönheit lag, als diese schwerfällige, barbarische und schlecht genutzte Muskelarbeit!






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