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Un amigo del padre de Hurtado, alto empleado en Gobernación, había prometido encontrar un destino para Andrés. Este señor vivía en la calle de San Bernardo. Varias veces estuvo Andrés en su casa, y siempre le decía que no había nada; un día le dijo:
—Lo único que podemos darle a usted es una plaza de médico de higiene que va a
haber vacante. Diga usted si le conviene y, si le conviene, le tendremos en cuenta.
—Me conviene.
—Pues ya le avisaré a tiempo.
Este día, al salir de casa del empleado, en la calle Ancha esquina a la del Pez,
Andrés Hurtado se encontró con Lulú. Estaba igual que antes; no había variado nada. Lulú se turbó un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella.
Andrés la contempló con gusto.
Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta, tan graciosa. Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada.
—Tenemos mucho que hablar —le dijo Lulú—; yo me estaría charlando con gusto
con usted, pero tengo que entregar un encargo. Mi madre y yo solemos ir los sábados al café de la Luna. ¿Quiere usted ir por allá?
—Sí, iré.
—Vaya usted mañana que es sábado. De nueve y media a diez. No falte usted, ¿eh?
—No, no faltaré.
Se despidieron, y Andrés, al día siguiente por la noche, se presentó en el café de la
Luna. Estaban doña Leonarda y Lulú en compañía de un señor de anteojos, joven. Andrés saludó a la madre, que le recibió secamente, y se sentó en una silla lejos de Lulú.
—Siéntese usted aquí —dijo ella haciéndole sitio en el diván.
Se sentó Andrés cerca de la muchacha.
—Me alegro mucho que haya usted venido —dijo Lulú—; tenía miedo de que no quisiera usted venir.
—¿Por qué no había de venir?
—¡Como es usted tan así!
—Lo que no comprendo es por qué han elegido ustedes este café. ¿O es que ya no
viven allí en la calle del Fúcar?
—¡Ca, hombre! Ahora vivimos aquí en la calle del Pez. ¿Sabe usted quién nos
resolvió la vida de plano?
—¿Quién?
—Julio.
—¿De veras?
—Sí.
—Ya ve usted cómo no es tan mala persona como usted decía.
—Oh, igual; lo mismo que yo creía o peor. Ya se lo contaré a usted. ¿Y usted qué ha hecho? ¿Cómo ha vivido?
Andrés contó rápidamente su vida y sus luchas en Alcolea.
—¡Oh! ¡Qué hombre más imposible es usted! —exclamó Lulú—. ¡Qué lobo!
El señor de los anteojos, que estaba de conversación con doña Leonarda, al ver que Lulú no dejaba un momento de hablar con Andrés, se levantó y se fue.
—Lo que es si a usted le importa algo por Lulú, puede usted estar satisfecho —dijo
doña Leonarda con tono desdeñoso y agrio.
—¿Por qué lo dice usted? —preguntó Andrés.
—Porque ésta le tiene a usted un cariño verdaderamente raro. Y la verdad, no sé por qué.
—Yo tampoco sé que a las personas se les tenga cariño por algo —replicó Lulú
vivamente—; se las quiere o no se las quiere; nada más.
Doña Leonarda, con un mohín despectivo, cogió el periódico de la noche y se puso a leerlo. Lulú siguió hablando con Andrés.
—Pues verá usted cómo nos resolvió la vida Julio —dijo ella en voz baja—. Yo ya le decía a usted que era un canalla que no se casaría con Niní. Efectivamente, cuando concluyó la carrera comenzó a huir el bulto y a no aparecer por casa. Yo me enteré, y supe que estaba haciendo el amor a una señorita de buena posición. Llamé a Julio y hablamos; me dijo claramente que no pensaba casarse con Niní.
„Oh! Was für ein unmöglicher Mensch Sie doch sind!“, rief Lulú aus. “Was für ein Wolf!“ Der Herr mit der Brille, der mit Doña Leonarda ein Gespräch führte, erhob sich, als er sah, dass Lulú keinen Moment aufhörte, mit Andrés zu sprechen und ging. “Wenn Ihnen Lulú etwas bedeutet, dann können Sie zufrieden sein“, sagte Doña Leonarda in einem verächtlichen und verbitterten Ton.
*Warum sagen Sie das?“, fragte Andrés.
„Weil diese Sie auf eine wirklich sonderbare Art gern hat. Und die Wahrheit, ich weiss nicht warum.
„Ich weiss auch nicht, dass man man Menschen wegen etwas gern hat“, antwortete Lulú lebhaft, „man liebt sie oder man liebt sie nicht, das ist alles.“
Doña Leonarda nahm mit verächtlicher Grimasse die Abendzeitung und begann zu lesen. Lulú unterhielt sich weiter mit Andrés.
“Nun werden Sie sehen, wie Julio unser Leben gelöst hat”, sagte sie mit leiser Stimme. „Ich sagte Ihnen schon immer, dass er ein Schuft sei, dass er Niní niemals heiraten würde. Als er das Studium abgeschlossen hatte, begann er sich dünne zu machen und nicht mehr im Haus zu erscheinen. Ich bemerkte es und wusste, dass er einem Fräulein in guter Position den Hof machte. Ich rief Julio an und wir sprachen miteinander; er sagte mir, dass er nicht gedenke, Niní zu heiraten.“
—¿Así, sin ambages?
—Sí; que no le convenía; que sería para él un engorro casarse con una mujer pobre.
Yo me quedé tranquila y le dije: Mira, yo quisiera que tú mismo fueras a ver a don
Prudencio y le advirtieras eso. ¿Qué quieres que le advierta? —me preguntó él—. Pues nada; que no te casas con Niní porque no tienes medios; en fin, por las razones que me has dado.
—Se quedaría atónito —exclamó Andrés—, porque él pensaba que el día que lo dijera iba a haber un cataclismo en la familia.
—Se quedó helado, en el mayor asombro. Bueno, bueno —dijo—, iré a verle y se lo
diré. Yo le comuniqué la noticia a mi madre, que pensó hacer algunas tonterías, pero que no las hizo; luego se lo dije a Niní, que lloró y quiso tomar venganza. Cuando se tranquilizaron las dos, le dije a Niní que vendría don Prudencio y que yo sabía que a don Prudencio le gustaba ella y que la salvación estaba en don Prudencio. Efectivamente, unos días después, vino don Prudencio en actitud diplomática; habló de que si Julio no encontraba destino, de que si no le convenía ir a un pueblo... Niní estuvo
admirable. Desde entonces, yo ya no creo en las mujeres.
—Esa declaración tiene gracia —dijo Andrés.
—Es verdad —replicó Lulú—, porque mire usted que los hombres son mentirosos, pues las mujeres todavía son más. A los pocos días don Prudencio se presenta en casa; habla a Niní y a mamá, y boda. Y allí le hubiera usted visto a Julio unos días después en casa, que fue a devolver las cartas a Niní, con la risa del conejo cuando mamá le decía con la boca llena que don Prudencio tenía tantos miles de duros y una finca aquí y otra allí...
—Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensar que los demás tienen dinero.
—Sí, estaba frenético. Después del viaje de boda don Prudencio me preguntó: —
¿Tú qué quieres? ¿Vivir con tu hermana y conmigo o con tu madre?— Yo le dije:
Casarme no me he de casar; estar sin trabajar tampoco me gusta; lo que preferiría es tener una tiendecita de confecciones de ropa blanca y seguir trabajando. —Pues nada, lo que necesites dímelo. Y puse la tienda.
—¿Y la tiene usted?
—Sí; aquí en la calle del Pez. Al principio mi madre se opuso, por esas tonterías de
que si mi padre había sido esto o lo otro. Cada uno vive como puede. ¿No es verdad?
—Claro. ¡Qué cosa más digna que vivir del trabajo!
Siguieron hablando Andrés y Lulú largo rato. Ella había localizado su vida en la casa de la calle del Fúcar, de tal manera que sólo lo que se relacionaba con aquel ambiente le interesaba. Pasaron revista a todos los vecinos y vecinas de la casa.
„Erinnern Sich sich an diesen Don Cleto, den kleinen Alten?“, fragte ihn Lulú.
„Ja, was machte er?“
„Der Arme starb..., es tat mir so leid.“
„Woran starb er?“
„An Hunger. Venancia und ich traten eines Nachts in sein Zimmer ein, und er war am Sterben, und er sagte mit jenem Stimmchen, das er hatte:”Nein, ich habe nichts; bemühen Sie sich nicht; ein wenig Schwäche, nicht mehr“, und er starb.“
Nachts um halb zwei standen Doña Leonarda und Lulú auf und Andrés begleitete sie bis zur Calle del Pez.
„Werden Sie hier vorbeikommen?“, sagte Lulú zu ihm. „Ja, ich glaube schon!“
„Manchmal kommt auch Julio.“
„Hassen Sie ihn nicht?“
„Hassen? Für ihn fühle ich mehr Verachtung als Hass, aber er heitert mich auf, er dünkt mich unterhaltsam, so, als ob man ein ein böses Biest unter einem Weinglas sehen würde.
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