Aún no había
dejado caer de nuevo mi cabeza en su primera
posición, cuando sentí brillar
en mi espíritu algo que sólo
sabría definir, aproximadamente, diciendo
que era la mitad no formada de la idea de libertad
que ya he expuesto, y de la que vagamente había
flotado en mi espíritu una sola mitad
cuando llevé a mis labios ardientes
el alimento.
Ahora, la idea entera
estaba allí presente, débil,
apenas viable, casi indefinida, pero, en fin,
completa. Inmediatamente, con la energía
de la desesperación, intenté llevarla
a la práctica.
Menos una pequeña
parte, y a pesar de todos mis esfuerzos para
impedirlo, había devorado el contenido
del plato. Mi mano se había agitado
como un abanico sobre el plato; pero, a la
larga, la regularidad del movimiento le hizo
perder su efecto.
Con los restos de la carne
aceitosa y picante que aún quedaba,
froté vigorosamente mis ataduras hasta
donde me fue posible hacerlo, y hecho esto
retiré mi mano del suelo y me quedé inmóvil
y sin respirar.